lunes, 9 de julio de 2012

Ruta de la Leyenda (3)



En Galicia es conocido por todos que hay un montón de leyendas en todos los sitios de la tierra. Un montón de leyendas que nos hace mirar para todos los lados cuando por la noche pasamos por un cruce de caminos, o tirar una moneda a una fuente para que nos dé suerte.
Algunas veces la leyenda tiene tanta realidad que ya no se sabe si es leyenda o si es realidad, me gustaría saberlo pero para esto te tienes que arriesgar, y el miedo le puede al valor muchas veces. Las meigas y los trasnos o mismo las maldiciones que pueden llegar a caer sobre uno mismo te hacen echarte para atrás.
Muchas de estas leyendas también hacen referencia a la religión pero no vamos a centrarnos en ese tipo de leyendas si no en las leyendas de la Santa Compaña, que en Galicia a mi parecer son las más comunes y por lo tanto de las que más podemos encontrar.
En Galicia a parte de la Santa Compaña, es su nombre más común, también se la conoce con distintos nombres como Estadea, Estantiga, Rolda, As da noite, Pantalla, Avisóns, Pantaruxada. Todos ellos son nombres que nos indican la presencia de un grupo de muertos en el mundo de los vivos.
En la Galicia tradicional la vida no se acaba con la muerte, pero no sólo en el sentido de que el alma sigue existiendo después de desaparecer el cuerpo, sino que  con un rango más elevado que cuando estaban vivos. La presencia de los desaparecidos es algo que se respira en el ambiente y que se vive en las historias veladas de invierno alrededor de la lumbre.
La Santa Compaña es una procesión de muertos encabezada por un vivo que lleva el ataúd con agua bendita y una cruz. Este no podrá mirar para atrás ni renunciar a otra persona que  lo sustituya. Esta procesión no siempre es posible verla, pero se nota en el ambiente en el viento que levanta el olor a cera de las velas, que llevan encendidas las ánimas.
La persona que vea a la Santa Compaña deberá hacer un círculo a su  alrededor o bien echarse boca abajo. Se dice que la Santa Compaña es anunciadora de la muerte y visita a todas aquellas casas en las que pronto habrá difunto.
A continuación os contaré una leyenda de las Tierras de San Martiño de Tabeado en Carral en La Coruña.

Fue una vez que un padre y su hijo, que ya era un hombre, venían de viaje y tuvieron la desgracia de seguir, sin acordarse y siendo de noche, pasar por un camino que pasaba cerca de un adro de una iglesia. Dándose cuenta del mal que les traía su descuido al encontrase al dar la vuelta con la Santa Compaña, que al ser las doce de la noche sale del cementerio para hacer su ronda nocturna.

Padre e hijo vieron asustados las luces verdes de las antorchas que portaban las almas en pena y oyeron murmurar de los ruegos de los difuntos y, de aquella, fue tanto el miedo que quisieron huir a escape sin conseguirlo, porque el viejo, ya cansado y con pocas fuerzas, tropezó y cayó repentinamente sin resuello ni fuerzas para valerse. Su hijo llegó un poco más lejos, pero mejor le hubiera sido caer como su padre para ahorrarse muchos contratiempos, ya que, como el viejo, tampoco tuvo fuerzas ni saber para marcar en el suelo un círculo y ponerle en el medio una cruz, como es bueno para librarse de las cosas del otro mundo y meterse uno dentro de él.

Al padre, al caer al suelo, tumbado, quiso comprender que la Santa Compaña pasará por riba de él, pues sintió en su cuerpo como le pisaban los difuntos, dejándolo deshecho, hizo un esfuerzo levantando un poco la cabeza para mirar a su hijo, más, como era de noche, no lo vio. Escuchó un poco y no oyó nada. Sin lugar a dudas, lo llevarán la Santa Compaña para portar a cruz, el caldero del agua bendita  y mas el ataúd. El padre, de aquella, perdió el sentido y no se despertó hasta abrir el día.

Estaba tan cansado y sin fuerzas, le dolía el cuerpo, quiso ponerse en pie pero las piernas le temblaban. Al cabo de un rato, mal como pudo, casi a rastras, fue haciendo el camino a casa. El hijo aún no llegará a ella, perdida el color y cansado, se semejaba a un difunto.

Al chico lo encontraron los vecinos. Apareció dormido al pie de un crucero viejo de la parroquia. Cogiendo con ambos brazos el tallo de la cruz. El padre apenas tardó tres días en morir y el hijo duró poco tiempo más. Nadie consiguió que del saliese una palabra, porque el que va con los difuntos, aunque no quiera, no puede decir ni lo que ve ni lo que le mandan hacer y tampoco quién es el que lo hace: no puede volver la cabeza para ver lo que lleva detrás de sí, por eso nunca nadie da la razón.

Lo único que le es fácil hacer al que va con la Santa Compaña, si es que sabe de hecho es, que si se encuentra con otro desgraciado en su camino, tiene que ponerle en sus manos la cruz y el caldero de agua bendita y además el heizope, librándose así de seguir el, al dejar a otro en su lugar, mas, desde que lo hace, es poco lo que tarda en morir, pues con su rudo trabajo de la noche, pierde su color y se va muriendo cada día más, arrugándose poco a poco.





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